Su ausencia me daba paz, pero una paz dolorosa como si fuera una espina que se clava en el talón atravesando tus zapatos, como si fuera un puñal afilado que se hunde con fuerza hasta llegar a las venas del corazón y las abre sin piedad en una muerte lenta, como si fuera una piedra pesada colocada sobre tu espalda y te caes desde un barranco a las profundidades de un río, una paz llena de dudas, de secretos y de incertidumbre.
Su ausencia era para ella en su situación y en su culpa la mejor decisión ante mi falta de valor y para mí era la esperanza, una esperanza que se vestía de letras, de palabras, de gritos y de silencios, era la ilusión que me hacía poeta porque en mis pensamientos y en mi imaginación no había otra mujer y mi pluma derramaba sus gotas llenas de deseos y de pasión sobre el contorno de su cuerpo en la que lucía desnuda y divina.
Su ausencia era su condena y los pasos de mi destino, su cárcel y mi libertad, ella era la luna y yo el sol, ella era la playa y yo las olas, ella era la arena de un desierto y yo el oasis, ella era el universo entero y yo una estrella, ella era una rosa y yo el rocío de las mañanas, ella era la lluvia y yo la calma, ella era el pecado y yo el ángel redentor porque solo en sus brazos encontraba el refugio para las llamas de un fuego arrasador, ella y será mi verdadero amor.
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